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22/01/2021

Turista: salió a caminar por la senda aeróbica y se perdió


La mujer había llegado desde Buenos Aires para pasar unos días de descanso en Tandil. Había viajado sola y era la primera vez que volvía a la ruta después de más de un año de aislamiento.

La mujer había llegado desde Buenos Aires. Había viajado sola y era la primera vez que volvía a la ruta después de más de un año de aislamiento. Fue responsable: tramitó el permiso, averiguó por los protocolos locales y se aseguró de no tener síntomas (ni sospechas) de CoVid. Con el auto en marcha en la entrada de su casa, se acordó de preparar el mate. Después regaló una sonrisa en los tres peajes que hay que pasar antes de llegar a Cañuelas. No la miraron, y en el último hasta le dieron mal el vuelto.

En Gorchs paró. Le habían dicho que ahí se prepara uno de los mejores sándwiches de jamón y queso de la provincia de Buenos Aires. Quería sentirlo ella misma, estamos rodeados de grandes rumores que nadie chequea. La parada era sobre una antigua estación de servicio en la que hay un solo despacho de naftas. La construcción es blanca y por su estilo hasta podría haber sido construida por el misterioso arquitecto Francisco Salamone si uno quisiera agregar datos al mito. Hizo una cola de media hora.

—¿Le untamos manteca?
—Por supuesto, dijo emocionada, como si estuviera por recibir un regalo sorpresa de Navidad. Después aclaró: crudo y queso, por favor.

Al rato lo tenía en sus manos. Lo llevaba como si fuera una joya de museo, aunque estuviese envuelto en un ordinario papel de panadería. Se puso a la sombra, bajo unos árboles angostos y altos. Armó el mate y desenvolvió. En el primer bocado no pudo dejar de ser ella misma: testeó que tuviese gusto. Lo tenía y entonces se lo devoró, pero era tan grande que se guardó la mitad.

Finalmente, llegó a la cabaña que tenía reservada. Le dijeron buenas tardes, le explicaron los protocolos y le pidieron que se cuidara. Se acomodó rápido en la unidad. La ansiedad le estaba ganando. Trató de calmarse leyendo un libro, pero a las dos horas ya quería salir. Preguntó en la recepción qué camino tomar y le dijeron: vos andá derecho por la senda aeróbica hasta que te canses.

Ella salió a la avenida Don Bosco. Al principio, sus pasos eran acelerados, como todo turista recién llegado a Tandil. Pero al rato, logró integrarse al paisaje, a la brisa, a la dinámica. Había bajado el ritmo, disfrutaba armoniosa con el entorno. Y siguió. En ciertos tramos, cerraba los ojos y avanzaba como guiada por una fuerza extraña. Acá la conocemos a esa fuerza, le decimos tranquilidad, y es la misma que nos empuja a cortar luego del almuerzo, como un aplomo que nos relaja y nos duerme. Ella creyó dormirse caminando. Por increíble que parezca, hay personas que logran hacerlo.

Y entonces se perdió. La mujer que había salido a caminar por la senda de avenida Don Bosco y que da la vuelta por el Lago del Fuerte ahora estaba desorientada porque la misma se había extendido hasta el infinito. Había escuchado que estos caminos eran cada vez más largos y zigzagueantes, que Tandil amaba el trekking, como ama la longaniza calabresa y el queso banquete, y que por eso la senda se extendía cada vez más para recorrer distintos puntos.

¿Cuánto había caminado? ¿Por dónde había seguido? ¿Por qué ahora no veía a nadie? Ella se llenó de preguntas, pero no de temor. Estaba feliz de haberse perdido, casi que lo había deseado desde que tomó el volante en la ruta. Gritó escandalosa hasta que hizo lo que hace cualquier turista en un destino turístico: sacó el celular y buscó en Google Maps cuál era su ubicación. Le sorprendió darse cuenta que estaba a solo dos cuadras de la cabaña. Por alguna razón, todos volvemos al mismo lugar. Eso pasa con Tandil.